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BIBLIOTECA DE HISTORIA DEL CRISTIANISMO Y DE LA IGLESIA

 

 

HISTORIA DE LA IGLESIA EN MEXICO

 

LIBRO PRIMERO

ORIGENES DE LA IGLESIA EN MEXICO

1511—1548

 

CAPITULO PRIMERO

PRIMEROS ALBORES DE NUESTRA FE

 

PARTE es de la historia de la Iglesia en México la noticia de los náufragos de 1511, noticia aislada a primera vista, pero en realidad muy enlazada con los de nuestra civilización cristiana.

Gran honra y consuelo de los mexicanos der decir con toda verdad histórica que lasprimeras voces de civilización y el comienzo real de su historia en nuestra patria, fueron las alabanzas de la Santísima Virgen y que el primer objeto que consta de haber llegado a nuestras playas fué libro de Horas de Nuestra Señora.

El hecho fué que hacia fines del año de 1511, yendo su camino de Darién a la isla Española una caravela castellana al mando del capitán Valdivia, se perdió en los bajos que llaman de las Víboras o de los Caimanes. Con gran dificultad entraron en el batel salvavidas diecinueve hombres, sin pan ni agua y con ruin aparejo de remos.

De congoja y malpasar murieron siete de los náufragos. Loa restantes lograron hacer tierra en “una provincia que se llama Maya”, esto es, en las costas de nuestro Yucatán.

Cayeron todos en manos de un cacique muy cruel que sacrificó a Valdivia y a otros cuatro, ofreciéndolos a sus ídolos y luego se los comió entre grandes fiestas y regocijos. Los siete que aún quedaban fueron puestos a engordar, encerrados en una jaula, para poder solemnizar con ellos otras de sus fiestas; mas los prisioneros determinaron perder sus vidas de otra manera, rompieron la jaula donde estaban metidos y se huyeron por los montes.

Cinco más perecieron presto, quedando solamente Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero.

Este Jerónimo de Aguilar perdió todo en el naufragio menos unas Horas de Nuestra Señora que siempre, aun con peligro de su vida, retuvo consigo. En su rezo diario en ellas encontraba gran consuelo y esfuerzo durante los ocho años que duró su cautiverio y soledad. El año de 1519 (según se dirá adelante) lo encontró Hernán Cortés y le tuvo siempre consigo como intérprete, desempeñando un papel tan importante en la conquista, que sin él, muy posiblemente hubiera fracasado.

En la conquista espiritual y en la historia eclesiástica, Aguilar es el buen cristiano preservado de horrible naufragio, que, fuerte en su fe y piedad, atrajo las misericordias del cielo sobre nuestra patria, entonando el primero, tras tantos siglos de abominable idolatría, las alabanzas del verdadero Dios y de su Aladre Santísima, según el rito de la santa Iglesia Romana.

Por otro rumbo empezaron seis años después a prepararse los caminos de nuestra Salud. Entre los aventureros que por los años de 1517 residían en la isla de Cuba, los de más miras y más alientos, los que más se querían señalar en el servicio de su rey, no contentos con que tantas fatigas tuviesen por todo galardón tierra estrecha, clima imposible y vida ruin, idearon lanzarse a nuevas conquistas. Entre dichos aventureros hallábase un castellano viejo, buen cristiano, muy esforzado guerrero, fiel, franco y sincero como el que más. Llamábase Bernal Díaz del Castillo. El es quien nos dice:

“Acordémonos de nos juntar ciento y diez compañeros... Concertamos con un hidalgo, Francisco Fernández de Córdoba, hombre rico, para que fuese nuestro Capitán y a nuestra ventura, buscar y descubrir tierras nuevas para en ellas emplear nuestras personas... Y, para que con buen fundamento fuese encaminada nuestra armada, hubimos de llevar un clérigo que estaba en la misma villa de San Cristóbal (la Habana) que se decía Alonso González, que con buenas palabras y prometimientos se fué con nosotros. Y después de todo esto concertado, y oído Misa y encomendándonos a Dios Nuestro Señor y a su Madre Santísima, conmenzamos nuestro viaje en ocho días del mes de Febrero de 1517 años.

“Puestos en alta mar caminamos a nuestra ventura hacia donde se pone el sol, sin saber bajos ni corrientes ni qué vientos suelen señorear aquella altura, con grande riesgo de nuestras personas; porque en aquel instante nos vino una tormenta que duró dos días con sus noches... Pasados veintiún días que salimos de la isla de Cuba vimos tierra, de que nos alegramos mucho y dimos gracias a Dios... y una mañana, que fueron 4 de Marzo (1517) vimos venir cinco canoas... ya otro día por la mañana saltamos a tierra”. Hasta aquí Bernal.

Fué pues, el clérigo secular Alonso González el primer sacerdote de Dios que pisó nuestra tierra, desembarcando en el cabo Catoche el día 5 de Marzo de 1517.

Fueron los aventureros mal recibidos por los indios y empezó desde el primer día la serie de combates que todos conocemos por nuestras historias generales.

A nosotros sólo nos toca fijarnos en aquellas palabras del mismo citado testigo que dice: “En aquellas escaramuzas prendimos dos indios que después se bautizaron y se volvieron cristianos y se llamó el uno Melchor y el otro Julián”. Es lástima no poder precisar la fecha en que se administró el primer sacramento, entrando en el orden sobrenatural el primer mexicano y arrancándole la primera presa al tiránico dominio de Satanás en nuestro suelo.

Mala suerte tuvo aquella expedición: derrotados, enfermos y pobres resolvieron volverse a Cuba, adonde llegaron después de nuevos increíbles sufrimientos. Su mal éxito, sin embargo, no debe desligarlos de nuestra historia ni de nuestra gratitud; los verdaderos arriesgados fueron ellos y gracias a esta primera expedición, las dos siguientes tuvieron las necesarísimas primeras luces.

El primero que quiso aprovecharlas fué Juan de Grijalva, hidalgo natural de Cuéllar, valiente y reposado, de quien Fr. Bartolomé de las Casas decía que habría hecho un buen fraile.

Juan Díaz, capellán de la armada que organizó Grijalva, llevó un diario de la expedicón. Traducido al italiano se encuentra, y hemos dispuesto de él, en la biblioteca Colombina de Sevilla. De él entresacamos lo siguiente: “En día sábado, primero del mes de Mayo del mencionado año (1518) el dicho Capitán Juan de Grijalva, salió de la isla Fernandina (Cuba)... y el lunes siguiente... vimos tierra y por ser día de la Santa Cruz... (la llamamos de Santa Cruz). El jueves 6 de Mayo, el Capitán mandó que se armasen y aprestasen cien hombres los cuales saltaron a las lanchas y desembarcaron llevando consigo un clérigo. Ordenadamente llegaron a la torre... El Capitán subióse a ella juntamente con el Alférez que llevaba el pendón, el cual puso en lugar que convenía al servicio del Rey Católico. Allí tomó posesión a nombre de Su Alteza y pidió testimonio de ello y en señal de dicha toma de posesión, quedóse fijado un escrito del dicho Capitán en uno de los lados de la torre. Tenía ésta dieciocho escalones de alto. Su base era maciza y en derredor tenía ochenta pies (¿de esplanada?) —Encima de ella había otra torre pequeña de la altura de dos hombres, uno encima de otro, y dentro tenía ciertas figuras y huesos y cenizas, que son los ídolos que adoraban... Luego, al punto, se puso orden en la torre y se dijo misa”. Hasta aquí la relación de Juan Díaz.

Jesucristo tomó posesión de su México. El 6 de Mayo debía ser por esto muy solemne en toda la Iglesia Mexicana.

Grijalva, derrotado y maltrecho, volvióse a Cuba. Su expedición había fracasado, mas los expedicionarios, barruntada ya la grandeza de la nueva tierra descubierta, fueron los que animaron y en gran parte integraron la tercera y definitiva expedición.

Con once navios tripulados por ciento nueve marinos y al frente de quinientos ocho soldados, Hernán Cortés levó anclas en el puerto de la Habana el 18 de Febrero de 1519 con rumbo al cabo de San Antón y a las costas de Yucatán, bajo la protección de su especial abogado, el apóstol San Pedro.

Diego Velázquez, gobernador de Cuba, aunque pesaroso a última hora de haber dado el mando a Cortés, le había dado el 25 de Octubre del año anterior, entre otras instrucciones, las siguientes del orden religioso, que por ser la primera norma inmediata de fe y costumbres de los conquistadores y compendio de sus ideales más o menos practicados, debemos darlos a conocer:

“Primeramente, dicen las instrucciones, el principal motivo que vos e todos los de vuestra compañía habéis de llevar, es y ha de ser, para que en este viaje sea Dios nuestro señor servido y alabado, e nuestra santa fe católica ampliada; que no consentiréis que ninguna persona, de cualquiera calidad o condición que sea, diga mal de Dios nuestro Señor, ni de su santísima Madre, ni de sus santos, ni diga otras blasfemias contra su santísimo nombre por alguna ni en ninguna manera, lo cual ante todas cosas les amonestaréis a todos, e a los que semejante delito cometieren, castigarlos heis conforme a derecho, con toda la más riguridad que ser pueda.

“No consentiréis ningún pecado público, ansí como amancebados públicamente, ni que ninguno de los cristianos españoles de vuestra compañía haya aceso ni ayunta carnal con ninguna mujer fuera de nuestra ley, porque es pecado a Dios muy odioso, e las leyes divinas e humanas lo prohíben; e procederéis con todo rigor contra el que el tal pecado o delito cometiere, e castigarlo heis conforme a derecho, por las leyes que en tal caso hablan e disponen.

“Trabajaréis de no llevar ni llevéis en vuestra compañía persona alguna que sepáis que no es muy celoso del servicio de Dios nuestro Señor y de sus Altezas y se tenga noticia que es bullicioso y amigo de novedades e alborotador, y defenderéis y prohibiréis que en ninguno de los navios que lleváis haya dados ni naipes.

“Porque en la dicha isla de Santa Cruz se ha fallado en muchas partes de ella, e encima de ciertas sepulturas y enterramientos, cruces, las cuales diz que tienen entre sí en mucha veneración, trabajaréis de inquerir e saber por todas las vías que ser pudiere, e con mucha diligencia e cuidado, la significación de por qué las tienen, porqué hayan tenido o tengan noticia de Dios nuestro Señor y que en ella padeció hombre alguno, y sobre esto pornéis mucha vigilancia y de todo, por ante vuestro escribano, tomaréis muy entera relación, así en la dicha isla como en cualesquiera otras que la dicha cruz falláredes por donde fuéredes.

“Teméis mucho cuidado de inquerir e saber por todas las vías e formas que pudiéredes si los naturales de las dichas islas o de algunas dellas tengan alguna seta (secta), o creencia o rito o ceremonia en que ellos crean, o en quien adoren, o si tienen mezquitas, o algunas casas de oración o ídolos o otras cosas semejantes, e si tienen personas que administren sus ceremonias, así como alfaquíes o otros ministros; y de todo muy por estenso traeréis ante vuestro escribano muy entera relación, que se la pueda dar fe.

“Pues sabéis que la principal cosa (porque) SS. AA. permiten que se descubran tierras nuevas es, para que tanto número de almas como de innumerable tiempo acá, han estado o están en estas partes perdidas fuera de nuestra santa fé, por falta de quien e ella les diese verdadero conocimiento, trabajaréis por todas las maneras del mundo, para les poder informar della, cómo conozcan, a lo menos faciéndoselo por la mejor orden e vía que pudiéredes, cómo hay un solo Dios Criador del cielo, de la tierra y de todas las otras cosas que en el cielo y en el mundo son; y decirles heis todo lo demás que en este caso pudiéredes y el tiempo para ello diere lugar”. Hasta aquí las normas de Velázquez.

No pretendemos describir la conquista de México, conjunto de verdades históricas, que parece un poema heroico, digno de España y de su siglo. Debemos ceñirnos a describir su aspecto eclesiástico, o sea la mayor o menor religiosidad de los conquistadores y aquellos de sus actos que se relacionaron con la propagación de la fe católica.

Hernán Cortés es el primer personaje de nuestra historia política y militar y muy importante en la misma historia eclesiástica durante el período que exponemos.

En la noble villa de Medellín, de la provincia de Extremadura, el año de 1485 nació Hernando o Fernando Cortés. Fueron su padre D. Martín Cortés de Monroy, hidalgo pobre y honrado y la noble señora doña Catalina Pizarro Altamirano. Por los años de 1499 y 1500 cursó en Salamanca, aunque sin la afición ni aprovechamiento que su padre esperaba.

En 1504, estando a punto de embarcarse para Italia, cambió su determinación y pasó a la isla Española, donde el Comendador Ovando, pariente suyo, le dió indios en repartimiento del que disfrutó hasta el año 1510. El siguiente año acompañó a Velázquez en la conquista de Cuba con el cargo de ayudante del tesorero, Pasamonte.

El año 1517 y el siguiente se recibieron en Cuba noticias de las malogradas expediciones de Fernández de Córdoba y de Juan de Grijalva; pero al mismo tiempo se conoció ser muy ricas aquellas regiones. Esto movió a Cortés a alistarse en la armada, que Diego de Velázquez organizaba para emprender de nuevo aquellas conquistas. Íntimos amigos, como eran, Cortés llegó a captarse la confianza de Velázquez, quien acabó por nombrarle capitán de aquella armada.

Antes de lo que esperaba Velázquez, y contra su voluntad, Cortés salió de la Habana el 18 de Febrero de 1519. Después de tocar varios puntos de las islas de Yucatán y Tabasco desembarcó en la actual ciudad de Veracruz, el Viernes Santo de ese mismo año. Después de dos años, el 13 de Agosto remataba la conquista del imperio de Moctezuma.

En 1524, llevado de su sed de conquista emprendió la malograda de las Hibueras u Honduras; regresó a México en 1526, hallándolo todo revuelto, por su ausencia. Al año siguiente, mandésele ir a España, lo que no ejecutó hasta el de 1528. Recibió de Carlos V grandes muestras de cariño y reconocimiento. Poco después visitó el santuario de Guadalupe de Extremadura, donde conoció a doña Juana de Zúñiga, con quien se casó en 1529. En julio de 1530 estaba ya de regreso en Nueva España, aunque no llegó hasta la capital por habérselo impedido los Oidores que entonces había, armados para el efecto de una Real Cédula.

En 1532 reasumió el mando de la armada que iba a conquistar las islas y tierras del mar del Sur, expedición que también fracasó.

Su vida, hasta 1540, fué un tejido de disgustos y pleitos, los más de ellos originarios por su juicio de Residencia, que se entabló en 1527, se reanudó en 1530 y duró sin terminarse hasta su muerte. Volvió a la Corte en 1540 y al año siguiente acompañó a Carlos V en la famosa expedición de Argel, de la cual difícilmente pudo escapar con vida.

Una serie de pleitos, desaires y contrariedades llenaron el resto de su vida, que pasó, como él dice, yendo por muchos pueblos y posadas y terminó cristianamente en Castilleja de la Cuesta, pueblo cercano a Sevilla, el 2 de Diciembre de 1547. Sus restos estuvieron algún tiempo en Santiponce; volvieron más tarde a México, donde fueron sepultados, como él había ordenado, en la iglesia del Hospital de Nuestra Señora, hoy de Jesús Nazareno.

Si hubiésemos de prescindir de las “ligerezas” de su juventud, de las relaciones que mantuvo por algún tiempo con doña Marina, de algunos de sus actos en la conquista y de su injustificable y cruel conducta con Cuahutémoc, Cortés hubiera sido un hombre verdaderamente ilustre en la historia del mundo.

El reconoció y lloró sus arrebatos. Ya viejo y en el colmo de sus persecuciones le oímos exclamar: “Por todo doy gracias a Dios que quiere pagarse en ésto de muchas ofensas, que yo le he hecho. El tenga por bien que sea así para la cuenta”. Si Dios le perdonó, como esperamos, perdonémosle sus tropiezos en cambio del inmenso bien que ciertamente nos hizo y que todos los mexicanos debemos reconocer. Esto es lo noble.

Respecto a lo general, no a ciertos detalles de la conquista, (ya que los historiadores no discuten derechos sino narran hechos),tenemos todos los documentos y elementos para afirmar que Cortés y a fortiori los suyos, subjetivamente por lo menos, procedieron de buena fe.

He aquí lo que Don Hernando proclamó en sus ordenanzas de 1524 y 1525: “Exhorto y ruego a todos los Españoles que en mi compañía fueren a esta guerra que al presente vamos, y a todas las otras guerras y conquistas que en nombre de S. M. por mi mando hubieren de ir, que su principal motivo e intención sea apartar y desarraigar de las dichas idolatrías a todos los naturales destas partes, y reducillos, o a lo menos desear su salvación, y que sean reducidos al conocimiento de Dios y de su santa fe católica; porque si con otra intención se hiciese la dicha guerra, sería injusta, y todo lo que en ella oviese, obnoxio e obligado a restitución: e S. M. no ternía razón de mandar gratificar a los que en ella sirvieren. E sobre ello encargo la conciencia a los dichos españoles; e desde ahora protesto en nombre de S. M., que mi principal intención e motivo en facer esta guerra e las otras que ficiere es por traer y reducir a los dichos naturales al dicho conocimiento de nuestra santa fe”. Hasta aquí las palabras textuales de Cortés.

Por estos fragmentos y por otros muchos de su tenor que en parte reproduciremos, se ve que Cortés era hombre de arraigada fe y piedad.

Llevaba el dicho marqués, dice Bernal hablando de Cortés, una bandera de unos fuegos blancos y azules, e una cruz colorada en medio; e la letra della era: “Amigos, sigamos la Cruz, si tenemos fe verdaderamente venceremos con esta bandera”

“No traía, dice Bernal, cadenas grandes de oro, salvo una cadeneta de oro de primer hechura con un joyel con la imagen de nuestra Señora la Virgen Santa María, con su precioso Hijo en los brazos y con un letrero en latín en lo que era de nuestra Señora y de la otra parte el señor San Juan Bautista, con otro letrero”.

“Rezaba, todas las mañanas en unas horas, e oía Misa con devoción; tenía por su muy abogada la Virgen nuestra Señora, la cual todo fiel cristiano la debemos tener por nuestra intercesora y abogada; y también a Señor San Pedro, San Santiago y a señor San Juan Bautista; y era limosnero. Dios le perdone sus pecados, y a mí también, y me dé buen acabamiento, que importa más que las conquistas y victorias que hubimos de los Indios”.

En las ordenanzas de Cortés contra la blasfemia, leemos estas frases: “E lo mesmo se entiende de Nuestra Señora y de todos los otros santos, so pena que demás de ser ejecutadas las penas establecidas por las leyes del reino contra los blasfemos, pague quince castellanos de oro, la tercera parte para la cofradía de Nuestra Señora, que en estas partes se hiciere”.

Ordenó también que “en las estancias o en otras partes donde los españoles se sirviesen de los indios, tengan una parte señalada donde tengan una imagen de Ntra. Señora, e cada día por la mañana antes que salgan a fazer fazienda, los lleve allí e les diga las cosas de Nuestra Santa Fé, e les muestren la oración del Paternóster e Ave María, Credo e Salve Regina, e manera que se conozcan que reciben doctrina de Nuestra Santa Fé, so pena a que por cada vez que no lo fiziese, pague seis pesos de oro, aplicados como dicho es”.

En los hechos que iremos narrando se verá más claramente que la fe del gran conquistador no paraba en meras palabras.

Tratando de sus compañeros, los que le siguieron hasta 1521 y considerándolos sólo en este período, no se puede hacer afirmaciones absolutas, como de ningunacolectividad humana.

A priori, podemos suponer quer entre tantos, pasó mucha gente maleante.

No hay derecho a creer que todos los Tenorios, Cortadillos, Rinconetes, Monipodios y demás perdularios y truhanes se quedasen en España. Ni parece creíble que precisamente por separarse, mar en medio, de sus hogares, habían de convertirse como por encanto. Esto explica muchos de los actos llevados a cabo en la conquista de que se ocupan las historias políticas.

Hay un curiosísimo libro en el Archivo de Indias, mandado hacer por el Consejo Real, en el cual, a propósito de las demandas que hacen a la Corona los primeros conquistadores y pobladores, se da una sumaria relación de sus méritos y servicios muy variados, y datos sobre sus vidas antes de pasar la mar.

Estudiándolo se verá que en su mayor parte los conquistadores eran hombres de baja suerte, se encuentran entre ellos muchos que habían peleado en uno u otro bando durante las Comunidades de Castilla o en las guerras de Italia o en la conquista de Granada. Procedían de tierras de la corona de Castilla, pues a ésta, excluyendo a la de Aragón, se adjudicaron las conquistas de América. El grueso de los conquistadores de México era de tierras de Andalucía y Extremadura, los capitanes eran de esta última y castellanos. Había muchos vascongados, sobre todo entre la gente de mar, alguno que otro portugués y poquísimos, si los hubo, de Aragón y Cataluña. Pero todos ellos, con raras excepciones, venían a las Indias después de haber pasado por un largo baño psicológico de civilización andaluza y sobre todo sevillana. En Sevilla estaba ya, desde entonces, y siguió estando hasta el siglo XVIII, el corazón de América, y Sevilla era la norma de cultura y aun de disciplina eclesiástica para el clero secular.

Eran los conquistadores, aventureros militares de un valor y osadía inauditos, como por obra lo probaron. Algunos de ellos, no puede negarse, eran muy crueles. En su ruda mentalidad, la conquista era una especie de continuación de la guerra con los moros. Puestos ante los templos de los indios que llamaron mezquitas, y ante los sacrificios y sangre de inocentes, poco trabajo les costó persuadirse, como sus Capitanes, de que aquello era una guerra santa, aunque reconocían y confesaban que ellos mismos no lo eran

Del estudio del mismo citado libro de Méritos y Servicios se ve también que otros muchos, aunque pobres, claro está, de bienes de fortuna, eran hombres honrados, bien nacidos y bien casados. Cuando a estos mismos conquistadores los consideremos más tarde, sosegado el estrépito de la conquista, en su segundo carácter de colonizadores, veremos cómo retoñó en ellos su hombría de bien y que, a diferencia de la chusma que vino en pos de ellos, fueron los mejores encomenderos de la colonia y los más amantes y amados de los indios.

Bastantes de ellos pasaron más adelante y tomaron hábito religioso.

“Pasó entre los conquistadores, dice en un párrafo de oro su compañero Bernal Díaz, un Alonso Durán, que era algo viejo y no vía bien, que ayudaba de sacristán, e se metió frayle Mercenario. E pasó un soldado, que se decía Sindos de Portillo, natural de Portillo, e tuvo muy buenos indios, e estuvo rico, e dejó sus indios y vendió sus bienes e lo repartió a pobres, e se metió frayle Mercenario, e fué de santa vida. E otro buen soldado, que se decía Quintero, natural de Moguer, e tuvo buenos indios, y estuvo rico, e lo dió por Dios, e se metió frayle Francisco, y fué buen religioso. E otro soldado, que se decía Alonso de Aguilar, cuya fué la venta que ahora llaman de Aguilar, que está entre la Veracruz y la Puebla, y fué persona rica, y tuvo buen repartimiento de Indios, todo lo vendió y dió por Dios, e se metió frayle Dominico, y fué muy buen religioso. E otro soldado que se decía fulano Burguillos, tenía buenos indios, y estuvo rico, e lo dexó, e se metió frayle Francisco, y este Burguillos después se salió de la Orden. E otro buen soldado, que se decía Escalante, era galán y buen jinete, metióse frayle Francisco; e después se salió del Monasterio e se volvió a triunfar, e de ahí obra de un mes, se tornó a tomar los hábitos, y fué buen religioso. Otro soldado que se decía Gaspar Días, natural de Castilla la Vieja, e fué rico, ansí de sus Indios, como de sus tratos, todo lo dió por Dios, e se fué a los pinares de Huejocingo en parte muy solitaria, e hizo una ermita, e se puso en ella por ermitaño, e fué de tan buena vida, e se daba a ayunos y disciplinas, que se paró muy flaco y debilitado e decía que dormía en el suelo en unas pajas: e de que lo supo el Obispo Fray Juan de Zumárraga, le mandó que no hiciese tan áspera vida, e tuvo tan buena fama el ermitaño Gaspar Días, que se metieron en su compañía otros ermitaños, e todos hicieron buenas vidas; e a cuatro años que allí estaban, fué Dios servido llevarle a su santa gloria”.

Este considerable tanto por ciento de vocaciones religiosas, nos da mucha luz sobre el resto de los conquistadores, ya que, con buena lógica experimental, juzgamos del espíritu de las corporaciones por el número proporcional de vocaciones a vida más perfecta.

De todas maneras, cualquiera que haya sido la vida y tropiezos de los compañeros de Cortés, estaban llenos de la fe española de entonces, sencilla, piadosa y arraigadísima.

Si alguien no ve la diferencia que hay entre tener y no tener fe, peor para él y ya lo verá en la otra vida.

Con la expedición de Hernán Cortés fueron únicamente dos eclesiásticos. El primero y más autorizado, era Fr. Bartolomé de Olmedo, de la Orden de la Merced, hombre prudente, esforzado y apostólico, buen teólogo, predicador y cantor. No fué un vulgar capellán de tropa, era además consejero, aunque no siempre obedecido, del capitán Cortés en los grandes asuntos y tratándose de los de carácter religioso, habló siempre lleno de autoridad y protestó cuando era menester con la energía que podía esperarse de su carácter y de su hábito. Poco después de tomada la ciudad de México, partió Pedro de Alvarado a la conquista del Sur 0 de los Zapotecos y el buen Fr. Bartolomé de Olmedo, que era Santo Frayle, (dice Bernal), trabajó mucho con ellos, y les predicaba y enseñaba los artículos de la fe, y bautizó en aquellas provincias más de quinientos Indios; pero en verdad que estaba cansado y viejo, y que no podía ya andar caminos. Se ocupaba Fray Bartolomé de Olmedo en predicarles la santa Fe a los indios e decía Misa en un altar que hicieron, en que pusieron una Cruz que la adoraban ya los indios, como miraban que nosotros la adorábamos ; e también puso el Frayle una imagen de la Virgen que había traído Garay e se la dió cuando muriera, era pequeña, más muy hermosa, y los Indios se enamoraron de ella, y el Frayle les decía quien era.

A fines de Octubre o principios de Noviembre de 1524 falleció Olmedo en la ciudad de México. Así se lo comunicó el Licenciado Zuazo a Cortés en carta que alcanzó al conquistador cuando iba camino de Honduras. En ella, se decía, que “había muerto el buen Fray Bartolomé, que era un santo hombre, y que le había llorado todo México, y que le habían enterrado con grande pompa en Señor Santiago, e que los Indios habían estado todo el tiempo desde que murió, hasta que lo enterraron, sin comer bocado, e que los Padres Franciscanos habían predicado a sus honras y enterramiento, y que habían dicho de él que era un santo varón, y que le debía mucho el Emperador, pero más los indios, pues si al Emperador le había dado vasallos, como Cortés, y los demás conquistadores viejos, a los Indios les había dado el conocimiento de Dios, y ganado sus almas para el cielo; e que había convertido e bautizado más de dos mil y quinientos Indios en Nueva España, que ansí se lo había dicho el Padre Fray Bartolomé de Olmedo algunas veces al tal Predicador, e que había hecho mucha falta Fray Bartolomé de Olmedo, porque con su autoridad e santidad componía las disensiones, e ruidos y hacía bien a los pobres”.

Si llegase a confirmarse, sería muy interesante, la noticia que nos da Veitia, de que Fray Bartolomé de Olmedo hizo escribir un catecismo.

Con Hernán Cortés pasó también el sacerdote secular Licenciado Juan Díaz. Don Juan de Zumárraga, nos dice de él que era clérigo anciano y honrado, y que él le señaló para que oyese de confesión a Cristóbal de Angulo, antes de ser atormentado. El Obispo Don Juan de Palafox en 1649 supo de Juan Juárez, testigo de oídas y tan remoto de los hechos, que el clérigo Juan Díaz había sido muerto en Quechulac por quebrar los ídolos de los indios, a golpes de navajas de pedernal. Nicolás de Villanueva, otro testigo de iguales cualidades al anterior oyó decir que le mataron a pedradas y cantonazos. Torquemada oyó en 1608 de boca de indios que le habían dado muerte violenta, aunque sin reconocer que era sacerdote. No consta, pues, de que padeciese martirio cristiano, propiamente hablando. Su cuerpo decían que se conservaba en Tlaxcala en la ermita de San Esteban. Había a fines del siglo XVI en varios conventos franciscanos algunos cuadros que le representaban bautizando a los Señores de Tlaxcala y Texcoco.

  Con Narváez, en 1521, llegó otro clérigo de misa que fué ahorcado por creérsele entre los conspiradores contra Cortés.

Cuando este Capitán estaba en Texcoco, poco antes de conquistar a México, vino un Fray Pedro Melgarejo, franciscano natural de Sevilla.

A Zuazo en 1524 acompañaron dos frailes mercedarios, de los cuales uno sólo llegó a México y era Fray Juan de las Varillas “que solía decir había estudiado su teología en el Colegio de Santa Cruz de Salamanca, de donde era, y decían que de muy noble linaje”. Además venía otro clérigo que pudo haber sido Pedro de Villagrán, mencionado como cura de la ciudad de México en el acta de Cabildo de 30 de Mayo de 1535. Menciónase también entre los primeros clérigos a Marcos de Melgarejo, Juan Godínez, Juan Ruiz de Guevara y un bachiller Martín, que dijo en México su primera misa. Pero los que pueden considerarse como primeros, fueron sólo Fray Bartolomé de Olmedo y el Licenciado Juan Díaz. Fr. Juan de Zumárraga en el memorial que aparece en nuestros apéndices a esta obra, pone entre los clérigos conquistadores además de Juan Díaz y Francisco Martínez, Luis Méndez Tollado y Diego Velázquez, aunque no todos éstos hayan venido con Cortés como se figura el limo. Sr. Palafox.

 

 

CAPITULO II

GEOGRAFIA DE ESTA HISTORIA

El Cristo de los Conquistadores. Capilla.—Catedral de México.

 

Cortés plantando la Santa Cruz en Tlaxcala. En el fondo Fr. Bartolomé de Olmedo.

(Lienzo de Tlaxcala).

 

Llegada de los Españoles al Anáhuac. (Dibujo del “Códice Durru”.)